El doctor Lohmeier tiene fama de dar buenos diagnósticos. Debemos ser prácticos y no dejar pasar el tiempo inútilmente -se inmiscuyó ahora Raquel, la hija menor, en las conversaciones de sus hermanos.
Tenía mucha fe en las ciencias; su marido, el Berl Levkovitz -ahora se llamaba Dr. Bernard Levkovitz- había estudiado y no pensaba muy bien del conservadurismo de la familia Dembizer. Y como, por principio, no quería inmiscuirse en asuntos religiosos, había llamado la atención de su mujer con pequeñas observaciones dichas al azar, sobre la incongruencia de los judíos ortodoxos, y más aún de una familia casi-jasídica, en cuanto a la ciencia, a la vida práctica y al sentido común. Y de esta forma, Raquel, por una vez, quería darle la razón a su marido, al que los Dembizer no tomaban muy en serio.
Y así decidieron hacer las dos cosas. Los tres hijos debían pedirle al Rebbe hacer algo por el enfermo, a su manera. Y las dos hijas con sus maridos debían procurar que se reuniera un concilio de médicos para un análisis exhaustivo. Lo uno no podía perjudicar a lo otro. Estamos a mediados del siglo XIX, en el entorno de la ciudad de Czernovitz.
La estancia en la casa del Rebbe, que había llegado de Rusia hacía muy poco, supuso una cierta decepción para los hijos Dembizer. Habían esperado que el Rebbe los escuchara y que luego dijera las fórmulas conocidas: que deseaba un restablecimiento rápido y completo, que incluiría el enfermo en sus oraciones, que le llamaría por su nombre, etc. Según las costumbres de los Rebbes en aquel lugar.
Ese Rebbe nuevo, un hombre de mediana edad, había escuchado con atención al hijo mayor, Shmuel, es decir, Samuel. Contaba que su padre Israel-Leib ben Elye, un rabino de Czernovitz, sufría una rotura de ingle que le estaba causando grandes dificultades en los últimos meses. Temían -y el doctor Allerhand lo había confirmado- que de no hacer nada, el final le llegaría en breve. También porque tenía ya casi 70 años.
– ¿Y qué esperáis, concretamente, que yo haga? No soy médico, y el sanador de todo enfermo ve a todos los enfermos. Se preocupa por los cuernos de los unicornios y por los huevos de los piojos. ¿Creéis que una persona humana valga menos para Él? ¿Qué queremos pues? No soy un mago; estamos todos en manos de Dios. Solo habría que preguntarse, ¿qué significan estas palabras? Esta pregunta y su contestación es lo más importante en la vida de cada ser humano. Se trata del valor que atribuimos a aquel que garantiza la vida.
Y con ello, el Rebbe había dicho todo lo que podía decirse. El más joven, Pérez Dembizer, le preguntó: ¿Piensa el Rebbe que sería buena operarle? Parece ser una operación peligrosa. ¿O debemos reunir, en primer lugar, un concilio de médicos famosos?
El Rebbe no era nada negativo.
-Se hace lo que se puede -respondió- se puede reunir el concilio, se puede operar. Pero finalmente es Dios quien decide. Naturalmente le deseo a vuestro padre un restablecimiento completo, le deseo la vida hasta los 120 años.
Los hijos saludaron respetuosamente, se inclinaron y volvieron a su casa bastante perplejos.